viernes, 27 de mayo de 2011


Silvia Tcherassi: "Mi vida es toda una pasarela"


En la intimidad de su casa en Barranquilla, la gran diseñadora colombiana ratifica su buen gusto. Una virtud que nace de su obsesión por el detalle y una manía casi compulsiva por hacer de su nombre mucho más que un estilo de vida.

Sus manos se mueven delicadamente. Las palabras, pausadas, bien pronunciadas y calculadas con la precisión de un reloj suizo, salen de la boca de Silvia para expresar justo lo que quiere decir. Ni más ni menos. Dos gestos que se ajustan perfectamente a su estilo, el de la diseñadora más reconocida de Colombia y una de las pocas que ha logrado entrar al selecto santuario de la moda internacional.
"Soy una mujer absolutamente visual", dice ella. "Es impecable, exquisita", dice Alicia Mejía, cómplice de los inicios de la barranquillera y una amiga que no duda en reconocer que aquello que la rodea como un halo místico es una dosis sobrehumana de buen gusto.
En la intimidad de su casa en Barranquilla se cumple esta regla con rigor. La iluminación de los espacios, con diferentes intensidades, enmarca sutiles atmósferas y la ubicación de los objetos decorativos no son dejados al azar: "Soy inquieta, me encanta mover las cosas, arreglarlas, que estén parejas". Por eso una de sus prioridades cuando está desocupada es organizar su colección de libros de arte y diseño, acomodar los cuadros (originales de Gustavo Zalamea y Alberto Sojo, entre otros), poner todo en su lugar. Con su ropero se porta igual, le gusta que haya una armonía visual. Justamente eso la llevó a idear un colgador movible en el que puede crear las pintas que se va a poner y ver cómo quedan mezcladas. "Cada vez que tengo un look o una vestimenta me tomo una foto polaroid, me gusta pegarlas para tenerlas visualizadas. ¡Es que mi vida es toda una pasarela!".
Desde niña siempre fue así, lo suyo con la perfección ha sido casi una cuestión de honor. Una de sus primeras obsesiones fue con la caja de lápices de colores: "Me dolía sacarles la punta. Sufría con que se viera un lápiz más largo que el otro". Disfrutaba verlos ordenados por tonos y del mismo tamaño, entonces su solución era tener unos para usar y otros para ver y no tocar, por el puro placer de mirarlos.
Betty, su empleada doméstica, es fiel testigo de las costumbres casi maniáticas que tiene con respecto al orden: "Le tengo miedo con el olfato y con el ojo". Con sus almacenes le ocurre algo parecido. Sabe que su presencia es importante en las tiendas, a las que le gusta llegar de sorpresa: "Aparezco sin que me esperen para ver cómo está todo". Otra vez su radar se enciende y la búsqueda milimétrica del error es infalible. Cuando llega organiza por colores, verifica que los ganchos estén derechos, que los cuellos estén parados. "Las vendedoras me tienen pavor porque saben que me fijo en todo".
Su nuevo hotel en Cartagena, que abrirá puertas en agosto, tampoco ha sido la excepción en ese eterno perfeccionamiento. Desde hace un año y medio, cuando se iniciaron las reformas de la casa en la Ciudad Amurallada, Silvia va cada mes a supervisar exhaustivamente cada uno de los avances. "Me aseguro de que las líneas sean simétricas, de que los muros queden impecables". En este lugar su exigencia por los detalles cobra más sentido porque su objetivo es ubicarlo entre los mejores del mundo. Hace dos años, cuando el proyecto se puso en marcha, se hizo a la idea de que iba a equipararse con lo que habían hecho grandes diseñadores como Gianni Versace, Giorgio Armani o Christian Lacroix, quienes con mucho éxito incursionaron también en el negocio hotelero. Eso sí, todos son ejemplos de exclusividad, refugios con conceptos originales de máxima privacidad que no buscan competir con las grandes cadenas mundiales. Al contrario, les apostaron a proyectos suntuosos que tienen en común el deseo tácito de construir un pequeño universo de ellos mismos. En este caso, Silvia se propuso refaccionar una antigua casona donde convergen la moda, el arte y el diseño, para crear un espacio único de siete suites en el que se materializa todo el mundo estético de Silvia Tcherassi. Una experiencia que ella quiere convertir en un culto obligado.
En ese recorrido vertiginoso y mágico en el que ha regresado a su vieja pasión por el diseño de
interiores, la modista se siente a sus anchas, con un nivel de ansiedad que va aumentando a medida que pasan los días: "Abro en agosto y aunque la gente me dice que ya está todo listo, yo en cambio noto que siempre faltan detalles". Definir las flores, acondicionar la oficina, poner las sábanas, los sobrecamas, ordenar los libros de diseño... Todo un corre corre que no es capaz de delegar porque el resultado nunca será el mismo si no está presente su prodigiosa mano.
Su sofisticación es perseguida cada día por más medios internacionales, que no han sido ajenos al continuo ascenso de su carrera. Ya sea en Miami, en Barranquilla o donde se encuentre, siempre hay un periodista siguiéndole la pista: "Ella diseña una segunda piel para ángeles. Se diría que ella piensa cómo el vestido roza el viento y respira en la propia piel de la mujer", comentó en una ocasión una revista especializada. La reconocida crítica de moda Lola Gavarrón dijo de ella que su depurado y sobrio estilo transforma a las mujeres de víctimas pasivas de la moda en dueñas de su propia libertad.
Su olfato, afinado tanto para percibir aromas como para hallar inspiración, es el aliado perfecto de su quehacer artístico. De su esencia caribe rescata el mar como el elemento más recurrente en sus creaciones: "El mar es suave, minimalista, no hay tonos desordenados ni fuera de lugar, todo va en una gama de azules, muy armonioso. Mi elegancia es tranquila, así como el mar".
En sus viajes siempre anda pendiente de llevarse encima la esencia del lugar que visita. Cualquier momento, olor, sabor o sonido se queda registrado en su memoria y luego se transforma en una idea de la que salen sus colecciones. Una silla, un mosaico, una flor, un lugar resultan para ella experiencias únicas.
Con más de 15 años en la industria de la moda, múltiples reconocimientos y un nombre consolidado, Silvia quiere llevar ese toque de distinción y buen gusto a espacios que trascienden la moda femenina. El hotel, el restaurante y una línea de ropa de cama son el abrebocas de lo que el poder puede lograr. Ella lo sabe y por eso dice no extrañar su país desde su vida en Miami. No le hace falta nada de Colombia porque en realidad nunca se ha ido. Después de todo, lo suyo es mirar el mundo con la confianza de una persona a la que le pertenecen los lugares más especiales del planeta.


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